Toda la noche ha estado lloviendo y cuando clarea el nuevo día si la lluvia ha cesado salgo al jardín.
Me calzo los zapatos de goma para olvidarme en donde pongo los pies y con la cámara bien sujeta mantengo la respiración y disparo
El mundo real desaparece para mi. Examino cuidadosamente las gotas de agua que atrapadas por las diferentes texturas se mantienen en un equilibrio tan frágil y hermoso como los momentos felices de la vida.
Diminutos jardines invertidos se repiten y deslizan a lo largo de las suculentas crasas.
Me muevo alrededor de la efímera capsula buscando en su interior la magia de mi jardín.
Y la Magia sigue viva en este lugar. Está ahí . Este es un pequeño lugar.
Si se entra en él buscando un lugar ya imaginado nada se ve. Se tiene que cambiar la mirada y dirigir el ojo a lo que la mente sabe, el ojo ve y el corazón siente , solo entonces y si se llega a tiempo
puede que la imaginación responda a lo que la magia ha reservado solo a aquellos que mantienen la curiosidad de un niño.
Las gotas atrapan mundos diminutos en los que se puede pisar el cielo.
Dentro de la esfericidad que deja de serlo el árbol se encierra en su interior para acabar confundido en su propio espejismo.
Que el cielo, los tejados y el árbol sean capaces de introducirse en la lluvia caída durante la noche solo es el comienzo.
El jardín entero es capturado por las mágicas gotas de agua. Un jardín que se empequeñece , que resbala, desliza y se precipita transportado por otras esferas cada vez más pequeñas como si el infinito se pudiera atrapar en una gota de agua.